Crisis, ¿qué crisis?: Esta crisis, esta.
La crisis económica que vivimos actualmente -me resisto a referirme a ella en pasado- está dejando tras de sí una larga estela de víctimas de todo tipo.
El altísimo nivel de desempleo que –recordemos- llegó a alcanzar los seis millones de personas, ha provocado que millares de jóvenes (quizá toda una generación) hayan visto cómo sus ilusiones y planes de vida se desbarataban, forzándoles en muchos casos a buscar en la emigración la única salida posible.
Como consecuencia de la falta de empleo, muchas familias se han visto imposibilitadas para hacer frente a sus obligaciones financieras, sufriendo situaciones tan desesperadas como el terrible drama de los desahucios.
Todo ello por no hablar de los problemas derivados de los recortes económicos, probablemente necesarios, pero que han acarreado funestas consecuencias para la economía de muchas familias, las prestaciones sociales, la investigación científica, etc.
Según el INE, actualmente en España el 22% de la población está en riesgo de pobreza, siendo Andalucía precisamente la región más castigada. La cosa no está para bromas, precisamente.
Cuarenta y cinco años en el momento más inoportuno…
Ante este panorama y existiendo colectivos tan diversos afectados por esta situación, resulta lógico que todo el mundo reivindique su situación y reclame cambios que la mejoren.
En el caso del que esto les cuenta, su pecado consistió en contar con más de cuarenta y cinco años en el momento más inoportuno. De hecho, el colectivo al que pertenezco ha sido uno de los más duramente castigados durante la crisis económica, especialmente a raíz de las sucesivas reformas laborales efectuadas en los años 2010 y 2015.
Lo ha dicho Angus Deaton, premio Nobel de economía en 2015: “Las crisis están creadas para beneficiar a los ricos”. Seamos honestos: muchas empresas se han amparado durante estos años en los supuestos de esas reformas laborales para disminuir sus plantillas, aun cuando sus balances de resultados, lejos de languidecer, no pararon de crecer y crecer, incluso en los peores momentos de todo este periodo.
[perfectpullquote align=»right» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Lo ha dicho Angus Deaton, premio Nobel de economía en 2015:
“Las crisis están creadas para beneficiar a los ricos”.[/perfectpullquote]
Y todo ello a costa no sólo de la impotencia y sensación de vacío y sorpresa causada a los que habíamos dedicado media vida a hacer mejores esas empresas desde nuestro esfuerzo cotidiano. También a costa de sobrecargar de tareas a los que se quedaban, que habían de aceptar sin rechistar su a veces insoportable situación, porque si lo hacían, ya sabían lo que les esperaba…
Así es que a los mayores de cuarenta y cinco años nos tocó bailar con la más fea… de las crisis. Hay quien dice que somos los grandes “Olvidados” o también los “Nadie”, de que hablaba Galeano.
Un desempleado mayor de cuarenta y cinco años que lleve más de dos años en el paro tiene una enorme posibilidad de continuar en esa situación. Lo dicen los expertos: a mayor tiempo de paro, menos opciones para encontrar un empleo.
Rendirse, ¿una opción?
Y ante esta situación, qué hacer ¿rendirse?, ¿olvidarse definitivamente de volver al mercado laboral?
Nunca. Cuando estudiaba en la Facultad tuve un profesor de Álgebra que, a propósito de los famosos “bloqueos mentales” en los exámenes, siempre nos recomendaba: “Cuando no sepáis qué hacer, haced algo”. Puede parecer de Perogrullo, pero es una gran verdad. Durante los años que llevo desempleado, no he parado de hacer cosas. Siempre he dicho que una cosa es estar parado y otra, estar quieto.
A partir de este punto, cada uno debe escribir su propia historia. Por si les resulta de interés, la mía ha sido la siguiente:
[perfectpullquote align=»left» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]“Cuando no sepáis qué hacer, haced algo”[/perfectpullquote]
Desde el principio tuve la convicción de que, por encima de todo, debía aprovechar aquella situación adversa para provocar un cambio. Un cambio en muchos aspectos. En mi forma de ver las cosas, en mi manera de juzgar y entender a los demás. Y, por supuesto, que ese cambio fuera para mejor, tanto en lo personal como en lo profesional.
Así es que ante el folio en blanco que en aquel momento parecía mi futuro, opté por reorientar mi vida y mi carrera, no tanto pensando en las oportunidades laborales, como reflexionando sobre qué es lo que realmente me gustaría hacer y cómo podía conseguirlo.
Me obsesioné con formarme un perfil nuevo, radicalmente distinto del anterior. Yo había sido Programador Informático durante muchos años, pero me di cuenta que mis gustos y mis intereses realmente iban por otro lado.
Me interesaban las letras, así que me formé como Corrector de Estilo.
Descubrí que el Diseño Gráfico era un universo alucinante, así es que me procuré formación avanzada sobre Retoque Fotográfico y Fotografía Digital.
Me pareció fascinante el mundo de las Redes Sociales y la Web 2.0. Me apasionó conocer que disponía de la posibilidad de expresarme a través de un Blog y que otras personas podían leer mis reflexiones, así es que decidí empaparme de los aspectos técnicos de este asunto, prestando especial atención a la Redacción de Contenidos.
Entendí que todo lo creativo y que me permitiera expresar inquietudes me hacía más feliz, así que, aún sin tener resultados tangibles, ese tenía que ser parte del camino a seguir. De esta forma, recuperé mi afición por la música, una modesta faceta artística que permanecía arrinconada, silenciosa y cubierta de polvo, como el arpa del poeta. Así es que decidí explotar mis conocimientos musicales, contactando con músicos de diversos países a través de una fabulosa red social dedicada a este menester denominada Bandhub.com. Otra vez las Redes Sociales…
Entendí el potencial de Twitter y Facebook e incluso me atreví a postularme para un voluntariado en el que desempeñé durante un año la labor de Community Manager, aprendiendo sobre la marcha y disfrutando enormemente haciéndolo.
Para cerrar el círculo, y como consecuencia lógica, me formé como Community Manager, consiguiendo de esta forma lo que me propuse en un principio: cambiar mi perfil profesional anterior por otro completamente distinto.
No experiencia – No trabajo – No experiencia – No trabajo, etc…
Una vez hechos los deberes, ahora toca enfrentarse a lo que yo llamo la Gran Dificultad.
Si ya es difícil encontrar empleo siendo parado de larga duración y con más de cuarenta y cinco años, el asunto se vuelve especialmente complicado cuando pretendes acceder a un perfil para el que no dispones de experiencia laboral. Esta es otra piedra en el camino, una bastante grande, que se une a todas las anteriores, pero por la que tampoco hay que desesperar.
Es perfectamente lógico que una empresa opte por un candidato de veinte y pocos años con experiencia demostrable como Community Manager a que lo haga por una persona de cuarenta y ocho, que sólo puede ofrecer su palabra de que sabe hacer lo que se pide.
Aun así, yo no pienso cejar en el empeño. La madurez, que dicen que es un Grado, viene avalada en mi caso por el Master que supone la voluntad, el deseo de cambio y las ganas de demostrar lo bien que lo sé hacer.
Esta una apuesta arriesgada. ¿Cuánto conocimiento y solvencia profesional pueden estar desperdiciándose en tiempos como estos, en que tantos y tantos profesionales preparadísimos en formación y vida somos considerados ya como inservibles o material de desecho para los reclutadores de personal?
La Gran Apuesta
¿Y qué puedo hacer a este respecto?
No está bien visto hoy en día efectuar símiles taurinos. Aun así me voy a atrever a ello, puesto que creo que la comparación es apropiada.
A mis cuarenta y ocho años, hoy quiero pedir a las empresas una Oportunidad. Como aquellos maletillas antiguos que, llevando lo poco o mucho que tenían encima, lo arriesgaban todo por un sueño, confiando en toparse con ese empresario de fino olfato capaz de detectar que estaba en la presencia de alguien grande.
Lo repito. Pido una Oportunidad. A mis cuarenta y ocho años mantengo la ilusión intacta y me presento con conocimientos frescos, aunque con experiencia vieja.
Ojalá alguien sepa verme y, de un vistazo, vea en mí aquello por lo que arriesgarse o por lo menos, intentarlo.
Y si finalmente nada sucede, no será mayor problema. Continuaremos adelante. Esperando siempre la ocasión de saltar como espontáneo, si es preciso, al exigente coso de arena que es la vida.
– La vida es muy dulce, hermano (…)
-¿En la enfermedad, Jasper?
– Hay el sol y las estrellas, hermano.
-¿En la ceguera, Jasper?
– Hay el viento en el brezal, hermano.
(Lavengro, George Borrow)
Gracias, Rocío! Y si no, siempre me queda irme a la calle Sierpes con la guitarra! ;D
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Quien la sigue la consigue y estoy segura de que tu caso no será una excepción!
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¡Muy bien Javi! Nadie dijo que fuera fácil, no dejes de luchar 🙂
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Gracias, Raquelilla. No lo es, no. Está resultando un largo camino. pero mientras haya viento en el brezal, continuaremos!
Un beso 🙂
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