Auto Cross Infancia
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Cuando era pequeño, durante mucho tiempo, siempre quise tener uno.

Eran los tiempos de las trenkas, los zapatos «gorilas» y, cada Navidad, el catálogo de juguetes de El Corte Inglés.

Llegaban las vacaciones y ya estábamos deseando que saliera. Un día, de repente, papá llegaba con él bajo el brazo y nos volvíamos locos. Nos peleábamos por ser los primeros en cogerlo y no nos cansábamos de verlo una y otra vez. Todas las cosas materiales que podíamos imaginar tener en la vida estaban condensadas en aquellas páginas de papel brillante y grueso.

Yo quiero esto, yo quiero esto otro… Estaba todo allí.

Y entre tantas cosas, una en especial que siempre soñé tener: un juguete llamado «Autocross». En realidad era un juguete bastante tonto. Hoy día un niño de 11 o 12 años seguramente lo consideraría una estupidez. Pero a mí me parecía fascinante (eran tiempos más simples). Se trataba de un circuito sobre el que se podía dirigir un pequeño cochecito de metal. Tenía un volante y el coche respondía a sus movimientos. También tenía una llave de contacto y una palanca de cambio gracias a la cual el cochecito ¡cambiaba de velocidad! Podías moverlo por unas carreteritas diminutas en las que había curvas, rectas, rasantes y hasta un puentecito, creo recordar.

Imagen del Autocross

Durante varios años seguidos, lo pedí a los Reyes Magos, pero nunca vino. Aunque tampoco fue un trauma.

Disfruté de regalos maravillosos; los Madelman, el Tente, las maquetas, tantas cosas que hacían del día de Reyes el más mágico del año.

Mi hermano y yo nos levantábamos de madrugada, muy en silencio, para ver qué habían traído sus majestades. Nuestros padres solían prepararnos trampas y así ponérnoslo más difícil: montones de zapatos con los que nos tropezábamos, cucharillas de café en perfecto equilibrio sobre las puertas,  que caían fastidiando nuestro sigilo…

Eran las pruebas que teníamos que superar para llegar a nuestro paraíso anual: El salón lleno de objetos desconocidos en la penumbra. Y entonces, poco a poco, íbamos descubriéndolos: El helicóptero de rescate de los Madelman, el Intelect, que era como se llama entonces al Scrabble, El Exin-Castillos, el Cinexin, los maravillosos tomos de Magos del Humor, La Guitarra…

Aún me emociono al recordarlo. Sobre todo, al pensar cuánto amor había detrás de aquellos regalos.

Pero nunca vino el Autocross. Ahora que soy adulto necesito pensar muchas veces en estas cosas, para que la llama de la ilusión no se apague. La ilusión, prima hermana de la inocencia, aunque algo más resistente, hay que trabajarla también.

Creo incluso que hicieron bien los Reyes en no traerme aquel juguete. Una ilusión saciada es gula del alma y siempre tiene que existir ese pedacito no conquistado que nos permita renacer todos los años, aunque ya no seamos niños.

En mi vida actual, el Autocross son tantas cosas…

O quizá no tantas; quizá tan sólo una.

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4 comentarios

  1. ¡Vaya la manera de empezar el año con las relaciones familiares …!Yo a mis muchos años continúo votando por esas primas e invitándolas cada vez que puedo, de hecho tengo una habitación para ellas.

  2. Espléndido texto, que nos evoca nuestros propios Reyes Magos. Mi petición frustrada fue el Super Ding Ball de Ryma, y también me parece que los Reyes hicieron bien en no traérmelo, pues era un armatoste que al parecer se averiaba con facilidad y ocupaba mucho espacio. Y los Reyes frustrados de mi padre por mi culpa fue el Electro-L de Airgam, pues él ponía mucho interés en que yo lo pidiera… Pero a mí ese juguete no me interesaba nada… Y él insistia, y yo seguía sin querer pedirlo… Y al final mi padre se quedó sin él.

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